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La violación no es un cumplido

Traducción de un texto de Melissa McEwan publicado en Shakesville.com

Hace poco nuestro nuevo generador de insultos favorito, Richard, dejó un comentario con la intención de ponerme en mi lugar: «Nadie quiere violarte, Shakes. Siento tener que decírtelo».
Aquello era una novedad para mí.

Además, me hizo acordarme de una actitud muy irritante hacia las violaciones con la que me he encontrado repetidas veces: la de que la violación es un cumplido.

En su último comentario, Richard (al que también le gusta decirme cuan fea, gorda y grotesca soy) afirma que «nadie quiere violarme» porque la violación es algo que solo les ocurre a las mujeres atractivas. Esta es una opinión que he visto en otras ocasiones: hombres que hacen saber a las mujeres que no son lo bastante atractivas dando a entender que no son «violables». Por desgracia, he visto a hombres que no escatiman esfuerzos para intimidar físicamente a una mujer en el metro (o en el bus, o en un aparcamiento…) solo para burlarse diciendo «No te hagas ilusiones» si ella reacciona con el miedo que él desea provocar. Richard está fingiendo que la causa de las violaciones es la atracción sexual, pero sabe que en realidad su atractivo reside en el control y la humillación. Y él acaba de satisfacer sus ansias de control y humillación aterrorizando e insultando a una mujer a la que no conoce.

Convertir la violación en un fetiche, viéndola como un fenómeno relacionado principalmente con la atracción sexual, otorga a los violadores el papel de hombres sexualmente frustrados, obsesionados con el sexo o simplemente incapaces de controlarse cuando ven a una mujer atractiva. Pero los violadores no son solamente hombres con la libido alta: son hombres que buscan poseer y controlar a otras personas, y el sexo es el arma que eligen para ello. El sexo no es el fin, sino el medio. Pensar que todos los violadores violan por la misma razón universal es como pensar que todos los asesinos asesinan por un mismo motivo, y pensar que todos los violadores violan porque se sienten sexualmente atraídos es como pensar que los asesinos que usan pistolas matan porque les gusta el olor a pólvora. La gente a la que le gusta el olor a pólvora va a campos de tiro; los asesinos a los que les gusta el olor a pólvora matan con pistolas en lugar de con cuchillos. Lo importante no es el arma: lo importante es que alguien está siendo asesinado. Nadie se molesta en señalar el «cumplido» que Pepe el Asesino ha hecho a su víctima al matarla usando su arma favorita.

El fetiche de la violación se empaqueta y se vende a mujeres y hombres en forma de una corriente continua de imágenes que desdibujan las líneas divisorias entre la violación y el sexo apasionado que se supone que todos deseamos. Las películas nos muestran a un hombre y a una mujer que están peleándose y, de repente, se ponen a follar. Dos cuerpos que chocan contra una pared, o una verja de hierro forjado, o el capó de un coche, moviéndose en la línea entre sexo y violencia. La mano de él le tira del pelo y le echa la cabeza hacia atrás. Ella intenta huir, pero él tira de ella hasta que choca con él, sollozando pero, por supuesto, ardiente de deseo. La más reciente de estas escenas que recuerdo es en la película Una historia de violencia , donde la esposa (María Bello) trata de huir escaleras arriba para alejarse de su marido (Viggo Mortensen). Él le agarra y tira de ella hacia las escaleras en una escena de sexo-lucha que me recuerda a tantas otras que vinieron antes.

Estas escenas tienen un tono definitivamente diferente a las que solo buscan representar el deseo y el ansia desesperados de un polvo salvaje, ya que el sexo-lucha está impregnado de fuerza y rendición y sugiere que ambas son componentes necesarios para que el sexo sea «de verdad». Y es en estas escenas, donde una mujer atractiva es dominada, ya sea físicamente o a través de la fuerza de las feromonas (o ambos), por un hombre poderoso, donde empezamos a entender la perturbadora asociación entre belleza y violación.

De la misma manera, hay mujeres que tienen «fantasías de violación», un concepto realmente estúpido: si quieres que pase, en realidad no es violación. Desear que alguien te fuerce en contra de tu voluntad es un contrasentido, y resulta ridículo empeñarse en reimaginar la violación como «sexo duro con un desconocido atractivo con el que casualmente querrías follar si te dieran la oportunidad de consentir». Y, sin embargo, ser dominada, agarrada por los hombros, sacudida y arrojada en el estilo romántico de los encuentros sexuales de las películas (y de los culebrones y las novelas rosas, donde es más frecuente que los personajes femeninos se casen con sus violadores que que les denuncien) sigue siendo considerado como el premio más codiciado que un hombre puede otorgar a una mujer, la expresión más pura de su deseo incontenible y una afirmación irrefutable sobre su belleza irresistible. La única prueba definitiva de tu atractivo como mujer es conseguir que un hombre esté a punto de violarte. O eso es lo que nos dicen.

Y así es como hay hombres que creen que la agresión sexual es siempre un halago, lo que da origen en muchos de ellos a una extraña dicotomía de ideas coexistentes: creen que la violación es inmoral, pero la sexualidad agresiva es un halago, así que entonces la violación debe de serlo también. Y el resultado son hombres que no violan, pero que creen que los que sí lo hacen son poco más que donjuanes demasiado agresivos. (El sexo como fin y no como medio). Y así la violación se convierte en algo que solo le ocurre a las «tías buenas», que deberían encontrar consuelo al saber que el crimen cometido contra ellas era en realidad un cumplido.

Si estás dispuesto a pasar un rato en algunos de los rincones más oscuros del ciberespacio (no te lo recomiendo), encontrarás foros donde los hombres opinan sobre la culpabilidad de acusados de violación en función del atractivo de las acusadoras. «Ni de coña», dicen, tras ver fotografías de los dos implicados. «Él podría conseguir a alguien mejor». Y así deciden que tal chica es una mentirosa porque es demasiado fea como para que alguien la viole «a no ser que le ponga una bolsa en la cabeza», mientras que esta otra está diciendo la verdad porque «parece fuera de sus posibilidades». Y claro, él le ha prestado el cumplido definitivo al violarla.

(Una advertencia necesaria: la chica tiene que ser guapa, pero con un estilo fresco e inocente. Si es sexy, es obvio que «se lo estaba buscando»).

Otro de los resultados de esta manera de pensar es el de clasificar a los violadores. El violador «normal» (a cuyo crimen es más probable que se le quite importancia con alguna disculpa jocosa del tipo «los hombres son como son»), es el hombre que fuerza a una mujer atractiva, de su edad, saludable y en buena forma. Para sus defensores masculinos, su crimen es perturbadoramente comprensible. Los «verdaderos enfermos» son los que van a por niños, señoras mayores, retrasados mentales, discapacitados físicos, víctimas de accidentes que languidecen en coma; el tipo de gente que no puede defenderse, cuya violación es difícil imaginar excitante. No como la violación de las «tías buenas», a la que es fácil encasillar en una fantasía de sexo-lucha en la que ellas chillan y se retuercen y finalmente ceden ante el cumplido. Aquí no ha pasado nada y hay orgasmos para todos. Imaginarse la violación de una abuelita no es divertido y no tenemos a mano ningún mecanismo de la cultura pop con el que reformularla.

En la cultura pop, y en las muchísimas mentes configuradas por ella, no existe la víctima de violación con un físico del montón, quilos de más, pelo y ropa desaliñados y una personalidad apocada. Pero en realidad una chica así tiene la misma probabilidad de ser violada por un desconocido o por una cita que cualquier otra mujer. Si le falta confianza en sí misma, puede que incluso sea más probable. Y, en contra de lo que se suele asumir, no hay una diferencia entre el hombre que viola a una chica poco atractiva, el hombre que viola a una mujer impresionante y el hombre que viola a una abuelita. Porque la causa principal de la violación no es la atracción sexual, y la parte de la violación que sí está relacionada con la atracción no reconoce necesariamente los cánones de belleza que la mayoría tenemos en mente. Cuando tus objetivos son la posesión y el dominio, «estar buena» según la definición convencional puede tener significativamente menos importancia que simplemente «estar ahí».

Soy una mujer que no es buena recibiendo cumplidos, aunque los necesito tanto como el resto del mundo. Pero estaré bastante satisfecha de librarme del «cumplido» de la violación durante el resto de mis días. Porque la violación no es un cumplido. Punto. Nunca. Jamás. No es un halago, y no es sexy. Es una de las peores cosas que puedes imaginarte. Eso es todo.

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