El violador de Schrödinger: un caso práctico

Hoy me han contado una cosa desagradable.

Una chica que conozco ligó el otro día con un tío por una red social. Habían quedado hoy para “tomar un café”, que todos sabemos lo que puede significar en este contexto. Hasta que él decidió echarlo todo a rodar. Anoche, por Skype, empezó a insistir para quedar en ese mismo momento. Mi amiga le dijo que no varias veces (“no puedo”, “aún no he cenado”, “tengo que estudiar”) y al final, ante la voluntad de él de no darse por aludido, le cambió de tema. Desde entonces el tío estuvo borde y seco.

Mi amiga cerró la conversación para ir a estudiar, con un dilema grande en la cabeza: quedar o no quedar. El comportamiento del tío era inaceptable, sí, pero bien podía ser algo puntual: había tenido un mal día, a nadie le gusta que le frustren el calentón, etc. Por suerte el tío le ayudó a decidir: cuando ella volvió al ordenador se encontró con varios mensajes de él recriminándola por haber dejado Skype abierto: “si te vas a estudiar no entiendo por qué no lo cierras”, y ese rollo. Sin embargo, de los mensajes se desprendía claramente que el tío seguía queriendo quedar al día siguiente. Ante ese intento de control, mi amiga le dejó un último mensaje, rompiendo la incipiente relación y borrándole de todas las redes sociales.

Cuando me lo estaba contando, mi amiga usó una frase que me llamó la atención y que es la que motiva este post: “decidí pensar con la cabeza en vez de con el clítoris”. Me pareció muy curioso. Al fin y al cabo, ¿por qué se dice que los hombres pensamos con los genitales? No porque todos lo hagamos, sino porque si alguien lo hace, con seguridad es hombre. En otras palabras: darte el lujo de no reaccionar ante una conducta de esta clase es un privilegio que tenemos los hombres.

Mi amiga no puede permitirse dejar pasar el comportamiento de ese tío y quedar con él de todas formas, por mucho que le pudiera apetecer. Ese tío se acaba de convertir en el violador de Schrödinger para mi amiga, pues ha demostrado que el consentimiento le da igual. Si no ha respetado su negativa en algo como esto, ¿por qué iba a hacerle caso a un “no me acompañes a casa”? ¿Un “no subas”? ¿Un “no quiero acostarme contigo”? Se trata de una escalada de faltas de respeto que culmina en un delito grave, no de un asaltante en un descampado oscuro.

Sin embargo, supongamos la situación inversa: una mujer que pretende presentarse en casa de un hombre a horas intempestivas y se cabrea porque éste le dice que no. El varón se molestaría, pero sin duda podría quedar con ella otro día sin ningún miedo: ni se le pasa por la cabeza que le pueda pasar algo malo. No teme ser violado, asesinado, agredido o acosado. No ve ninguna señal de alarma cuando una mujer actúa así: como mucho queda como una anécdota.

¿A alguien le parece rara la escena que ha vivido mi amiga? ¿A alguna mujer no le suena familiar, no le ha pasado algo equiparable? ¿Algún hombre ha vivido cosas remotamente parecidas? Las agresiones sexuales son la punta del iceberg: lo asfixiante es el miedo que limita la libertad de las mujeres. En la cultura de la violación, los hombres generamos situaciones amedrentadoras para las mujeres sin ni siquiera saberlo, como parte de una rutina. O si no, ¿a santo de qué un tío que conoce a mi amiga desde hace una semana tiene que controlar si está o no está conectada a Skype? Y sin embargo, cuando él lo hable con sus amigos nadie le censurará o le dirá que ha hecho algo mal. Ese tío nunca sabrá que mi amiga ha tenido miedo de él, de sufrir un acoso o una agresión sexual por su parte.

Quiero que se me entienda bien: no le estoy justificando. Uno no puede cambiar la educación que ha recibido, pero puede intentar rebelarse contra ella. Un hombre occidental en el siglo XXI tiene recursos suficientes para poder escuchar lo que tienen que decir las mujeres sobre la forma en que son tratadas. Si decide no hacerlo, o si escucha y no hace caso, es plenamente responsable de sus acciones. La cultura y la educación no pueden servir como excusa, porque desde el mismo momento en que empleas excusas es porque sabes que algo estás haciendo mal: trabaja para cambiarlo y para no transmitirlo… o luego no te quejes si no entiendes por qué las mujeres se alejan de ti.

 

 

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