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La analogía del coche
Hemos hablado ya varias veces de los consejos antiviolación, y de por qué esta página prefiere ofrecer los menos posibles. Creemos que culpabilizan a las víctimas y les imponen unos estándares de actuación demasiado elevados. Además, a cambio de ello no ofrecen seguridad: los consejos antiviolación genéricos (no vayas sola, no coquetees, no invites a nadie a casa, lleva siempre un spray de pimienta) no funcionan. Y no funcionan porque parten de dos ideas falsas:
1.- Que el agresor busca alguna clase de placer sexual. Lo cierto es que la excitación sexual no es la causa de las violaciones. Nadie viola porque esté excitado. Influyen mucho más deseos de controlar, humillar o castigar a la víctima por cualquier ofensa, real o imaginaria.
2.- Que el agresor es un desconocido, normalmente alguien con problemas mentales, que asalta de noche en un descampado. Esto es rotundamente falso. Los agresores sexuales no tienen por qué ser desconocidos. Los agresores sexuales no suelen ser desconocidos. Y no tienen por qué tener problemas mentales. La triste realidad es que normalmente el agresor sexual típico es alguien mentalmente sano y a quien la víctima conoce. Los consejos antiviolación funcionan, si es que lo hacen, respecto de alguien extraño que se te acerca en un callejón, no respecto de un conocido, un amigo o tu pareja (1).
Sin embargo, cuando se exponen estos argumentos en público siempre salta alguien hablando de coches. De todos los pseudoargumentos esgrimidos por quienes no se han tomado siquiera unos minutos en entender el fenómeno de la violación éste es, sin duda, el que más me fastidia. Lo que se dice es, más o menos, lo siguiente: “si te dejas el coche abierto y con las llaves puestas, lo normal es que te lo roben, luego no te quejes si pasa”.
Entiendo que esto es ofensivo por dos razones. La primera, que es un tanto de Perogrullo, es la siguiente: ningún delito deja de ser delito porque la víctima no haya tomado tantas medidas de protección como podría. No por ello merece menos reproche social ni menos pena. Quien ha obrado mal sigue siendo el delincuente.
La segunda razón, más importante, es la extrema desproporción entre las conductas que se aconsejan. Es evidente que conviene que todos tengamos un mínimo de precaución frente a los posibles delitos que se puedan cometer contra nosotros, no porque de otra forma vayan a dejar de ser delito sino para evitar sufrir unas consecuencias negativas. En este estándar normal de protección entran lo de las llaves del coche, un movimiento automático que a nadie le lleva más de medio segundo. También entra ir por una calle iluminada antes de por un callejón (para prevenir robos, agresiones o agresiones sexuales), comprobar la situación registral de la casa que compras (para evitar estafas) y así sucesivamente.
Y ahora volvamos a los consejos antiviolación: no bebas, si bebes no dejes la copa sola, no lleves tal o cual ropa, no coquetees, no invites a nadie que no conozcas bien a tu casa, aprende autodefensa y lleva un spray de pimienta, no vuelvas sola a casa, si te acuestas con alguien no decidas parar (es decir, no seas calientapollas) porque a esas alturas él no podrá parar, etc., etc., etc. ¿Está esto dentro de ese estándar normal de protección? Obviamente no. Claramente implica anular la propia personalidad: dejar de divertirse, salir, relacionarte con gente, hacer vida… Enclaustrarte. En definitiva, dejar de ser mujer en público.
Si tratáramos a los dueños de coches como a las víctimas de violación habría que decirles algo como lo siguiente: “si no quieres que te roben el coche mételo en un garaje, coloca una alarma, electrifica las puertas, contrata seguridad privada y NO LO SAQUES NUNCA DE AHÍ.” Evidentemente, el dueño del coche nos mandaría a la mierda. “Si hago eso”, podría decirnos, “puede que no me roben el coche, pero tampoco podré disfrutarlo yo… y para algo lo tengo.”
Que es, precisamente, de lo que se trata.
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(1) Por cierto, si aún así vas a darle a alguna mujer que conoces un consejo para evitar ser violada, ten en cuenta que probablemente ya lo sepa y lo haya oído mil veces. ¡No hace falta que se lo expliques!