Tag Archives: cultura de la violación
Consejos y bulos sobre violación
En este proyecto no solemos patrocinar consejos antiviolación. La razón es sencilla: no valen para nada más que para culpabilizar a la víctima y cargar sobre sus hombros una responsabilidad excesiva. Dado que parten de premisas erróneas (como que el violador es normalmente un extraño) no sirven para prevenir. Sin embargo, permiten a la sociedad exculparse cuando sucede una violación: la culpa es de la víctima, que no siguió los consejos.
El otro día nos llegó esta lista de consejos, que lleva circulando por Internet un mínimo de 6 años. Cumple todos los requisitos de un bulo: se replica en numerosas páginas sin variar un ápice su contenido y sin citar fuente. Es cierto, la mayoría de sitios consultados atribuyen la lista a la Policía federal argentina, pero sin ninguna fiabilidad. No hemos encontrado ninguna página web del Estado argentino donde se pueda comprobar este supuesto origen oficial.
Traemos a colación este bulo porque es el paradigma de los consejos inútiles sobre violación. Compartir esa lista no hace ningún bien ni ayuda a desmontar la cultura de la violación: antes al contrario, la refuerza. De entre todas las cosas que están mal ahí, estas cinco son las más relevantes:
1.- Supuesta fuente oficial. Ya hemos dicho que no hay ninguna prueba de que ningún organismo oficial del Estado argentino haya emitido esta lista de consejos. Más aún: en algunos casos aparece firmada por el subcomisario Luis Augusto Weckesser. Basta hacer una búsqueda rápida en Internet para darse cuenta de que este Weckesser es periodista, que se atribuye títulos como “embajador del Vaticano en Argentina contra adicciones y delitos” y que se ha hecho famoso por afirmar que la droga es la tercera guerra mundial. No parece una persona muy capacitada para hablar de agresiones sexuales.
2.- Supuesto argumento de autoridad. La lista de consejos empieza afirmando que es el resultado de una serie de entrevistas que se le hicieron a 750 violadores. Nadie dice quién hizo el estudio, cómo ni cuándo, ni aporta ninguna referencia que permita localizarlo. Si ese estudio existiera tampoco creo que mereciera la pena utilizarlo, ya que sería bastante ofensivo basar una política de prevención en pedir a las mujeres que actúen de forma que sus agresores se fijen en otra posible víctima, pero es que no existe. Y eso explica el punto siguiente.
3.- Completa desconexión de la realidad. La realidad, como demuestran unánimemente todos los estudios hechos hasta la fecha, es que sólo una minoría de agresiones sexuales tiene lugar por parte de desconocidos. Y estos consejos parten precisamente de la idea contraria: parecen concebir un violador que espera en la calle a que pase una mujer con pelo largo y falda, sin paraguas, a unas horas determinadas y en unos lugares determinados. Cuando se cumplen todas las condiciones ataca. Y ello no es así en absoluto. La triste realidad es que los agresores sexuales son hombres normales que violan a quienes tienen cerca por razones personales, no locos que aguardan en la calle. ¿De qué le valen estos consejos a la mujer que es agredida por un conocido con el cual no quiere mantener relaciones sexuales, o a la niña de la que abusa su padre, o a la mujer no heterosexual que recibe una “violación correctiva”?
4.- Instrumento para reprimir a la víctima. Los nueve primeros consejos inciden sobre muchos aspectos de la vida de la víctima: su estilismo, las horas a las que pasa por la calle, los lugares por los que transita, la capacidad de atención y la rapidez en la respuesta. Si una mujer que ha leído estos consejos es violada por un desconocido, tiene muchas vías para culpabilizarse: “esto no habría pasado si me hubiera cortado el pelo”, “si no me hubiera quedado de fiesta hasta la madrugada”, “si hubiera ido más atenta”, “si hubiera luchado o gritado”. La culpa nunca es del agresor, sino de la víctima, que se negó a cercenar su libertad.
5.- Difusión. El décimo consejo es una llamada a la difusión mediante la apelación emocional: la lista debe enviarse acríticamente a todas partes (y así se ha hecho) porque “son cosas simples, pero pueden evitar traumas”. Menuda forma de calmar conciencias. He reenviado una lista a todos mis contactos, ya he cumplido para siempre. Nada de revisar mis acciones y creencias, aprender un poco sobre género o entender que la violación no es un problema individual. Basta con difundir basura culpabilizadora.
En la lucha contra las agresiones sexuales hay que tener cuidado. Es necesario saber muy bien lo que uno hace o puede causar más daño que otra cosa. Yo no dudo de que quien inventó el bulo lo haya hecho con buena intención, aunque sí es cierto que las referencias a la Policía y al supuesto estudio me hacen desconfiar, pero el hecho es que el resultado no podría ser más lamentable.
Agatha Christie y la cultura de la violación
La cultura de la violación es pegajosa. Uno está leyendo tranquilamente y de repente se encuentra una afirmación, un chiste o una mentira acerca de las mujeres que han sufrido este delito. Pero aparte de torcer el gesto, ¿qué vas a hacer? Seguir leyendo, claro. Al fin y al cabo, si no está ahí estará en otro sitio.
El último lugar donde he tenido que leer basura reforzadora de la cultura de la violación es en la novela Némesis, de Agatha Christie. En este libro, miss Marple recibe un curioso encargo: le será otorgado un legado de 20.000 libras si logra esclarecer un crimen. El autor de la propuesta, un hombre muerto, no le da más información, pero sí le manda pistas y aliados. Según avanza la novela se va descubriendo que la tarea de miss Marple debe ser exculpar a un hombre injustamente condenado por asesinato: en el ánimo del juez pesó que ya tuviera penas anteriores por asalto y violación.
Precisamente al hilo de esto, uno de los aliados de miss Marple (precisamente quien le cuenta la historia de la condena injusta) dice lo siguiente: Era un punto negativo, pero realicé algunas investigaciones por mi cuenta. Había atacado a una chica, era posible que la violara, pero (…) en mi opinión, basada en los numerosos casos que me ha tocado atender, distaba mucho de ser una violación. Debe usted tener presente que las muchachas están ahora mucho más dispuestas a que las violen. Las madres insisten, muy a menudo, en que lo llamen violación. La chica del caso había tenido varios amigos que habían ido más allá de la pura amistad.
Está claro, la culpa es de las madres, que tapan la promiscuidad de sus hijas con acusaciones de violación. Quiero recalcar que esto lo dice uno de los protagonistas, un aliado de miss Marple que además es criminólogo. Su afirmación nunca es rebatida ni explicada como un prejuicio propio de una educación desfasada, al contrario de lo que sí se hace con algunas opiniones de miss Marple, por ejemplo en lo referente a los extranjeros. Queda así asentada como la verdad del caso. Más aún cuando, unas páginas después, otro personaje, esta vez un abogado, se explaya sobre el mismo tema:
Todos sabemos en qué consiste hoy en día eso de las violaciones. La madre le dice a la muchacha que debe acusar al joven de violación, aunque el pobre no podía hacer otra cosa, con ella persiguiéndole todo el día para que fuera a su casa, mientras la madre está en el trabajo y el padre de vacaciones, y así constantemente, hasta obligarlo a acostarse con ella.
Toma ya. La culpa es de nuevo de las madres, ahora por partida doble: porque no saben controlar el furor uterino de sus hijas (estas madres de ahora, que trabajan) y porque cuando éstas quedan deshonradas deciden salvar el honor de la familia mediante una denuncia falsa. Las únicas víctimas aquí son los muchachos, obligados a acostarse con esas malvadas jóvenes. Respecto del caso concreto, la cosa queda así: nunca se aclara si la condena por violación fue justa o no, pero bueno, ya se sabe, las jóvenes de hoy.
Esta novela es de 1971, no de los años ’20, ’30 ni ‘40. Es, de hecho, la última novela de miss Marple. Esta fecha es reveladora. Por un lado, es lo bastante cercana al momento actual como para impedir que se piense que la cultura de la violación era algo que pasaba hace sesenta años y que ya no pasa. Por otra, es lo suficientemente lejana como para probar algo: el soniquete de las denuncias falsas, que acompaña cualquier medida que se quiera tomar contra la violencia sexual o el maltrato, no es cosa de los neomachistas del siglo XXI. No son cuatro trolls con conexión a Internet y no es un asunto de ahora. Es la cultura de la violación que se defiende, sea por boca de perfiles anónimos en Twitter o de una reputada escritora de misterio.
Quien quiera consultar la veracidad de las citas puede hacerlo. En mi edición (Molino, 2003) están en las páginas 110 y 132 respectivamente. En cualquier caso son los capítulos XII y XIV.
“Pos te violo”: la cultura de la violación en Facebook
La cultura de la violación está presente en todas partes. Pegajosa, se expresa en comentarios, preguntas impertinentes, bromas, chistes y malentendidos. Se defiende como siempre lo hacen estas cosas, apelando a la sacrosanta libertad de expresión, a la presunta neutralidad del humor o a la buena fe de quien ha soltado el comentario dañino. Las acusaciones que recibimos las personas que luchamos contra ella (exageración, histerismo, generalización cuando “son casos aislados”, etc.) son viejas conocidas nuestras. Y sin embargo, siguen desalentando.
Todo esto viene a cuenta de la difundida presencia en Facebook de páginas con el humorístico (“¡que es broma, mujer!”) título de “pos te violo”, “pues te violo” o mierdas semejantes. Evidentemente estas páginas no hacen una defensa explícita y pública de los violadores, pero se dedican a banalizar el concepto, asociándole valores positivos. Una violación es un delito donde se fuerza a otra persona a mantener un contacto sexual no deseado, no una sesión de sexo consentido, por muy intensa o apasionada que ésta sea. “Pues te violo” es una amenaza y no debería asociársele el significado sexual y lúbrico (positivo, en suma) que estas páginas pretenden asignarle. Al margen del reforzamiento de la cultura de la violación está el dolor que puedan sentir las víctimas de violación al ver cómo se habla de su experiencia como si todo hubiera sido consentido y precioso.
El problema es que es muy difícil evitar que esta clase de contenido esté en Internet. Todo el mundo sabe lo efectivas que son las denuncias a Facebook cuando hay que retirar algo distinto de un pezón o una página feminista, por lo que esa vía está cerrada. El siguiente estadio es, entonces, tratar de proceder contra quien sube el contenido o contra la propia red social. Pero nos presenta dificultades insoslayables.
Proceder contra quien sube la imagen es complicado. Se trata de particulares, es decir, de personas que no están atadas por las leyes que sí vinculan a medios de comunicación en materia de contenidos. Queda la vía penal, pero tampoco se ve una posibilidad clara de imputación.
Nuestro Código Penal define la apología como “la exposición… de ideas o doctrinas que ensalcen el crimen”, aunque sólo se castigará si “por su naturaleza y circunstancias constituye una incitación directa a cometer un delito”. Esto podría dar una vía, muy restringida, para castigar a quienes suben estos contenidos. Pero incluso este estrecho camino está cerrado: la apología se considera un acto preparatorio del delito (concretamente un tipo de provocación), y se da la circunstancia de que no en todos los delitos se castigan los actos preparatorios. De hecho, en muy pocos. Y los delitos sexuales no están entre ellos.
El Código Penal tipifica también, en el artículo 510, los delitos de odio. Se trata de excesos en la libertad de expresión consistentes en provocar “a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos” por motivos como su sexo. Pero tampoco veo aquí a un tribunal condenando. El problema es que lo que hacen las páginas de este tipo no es provocar directamente a la violencia sexual. No son el discurso xenófobo y antisemita de un partido nazi, que es para lo que están pensados estos delitos. Es algo mucho más sutil y, como he dicho, pegajoso.
Proceder contra Facebook tampoco es más sencillo. Para empezar, aquí hay que determinar qué autoridades tienen que resolver el procedimiento o expediente que se inicie. Sinceramente, no lo sé, pero tengo la fuerte sospecha de que nos tendríamos que ir hasta EE.UU. para demandar. Aparte de que, hasta donde yo sé, las redes sociales no son responsables de los contenidos que generan los usuarios, al margen de que evidentemente tengan que retirar el contenido que les exija la autoridad competente.
Entonces, ¿cuál es la solución? Pues me temo que un trabajo más complicado que la presentación de una reclamación judicial. Hay que incidir sobre Facebook y sobre sus políticas corporativas. Una buena forma de empezar pueden ser las campañas masivas de denuncias a Facebook (en el momento de escribirse estas líneas una de las páginas de “Pos te violo” ya ha sido retirada), los mensajes dirigidos a la división española de la red social o la implicación de periódicos y otros medios de comunicación.
Tenemos la responsabilidad de hacer una red mejor, que no fomente la cultura de la violación y donde las víctimas de estos delitos puedan navegar con seguridad. Y no vamos a parar hasta que lo consigamos.
Enseñar a violar
Últimamente se está difundiendo bastante la frase “No hay que enseñar a las mujeres a defenderse de una violación; hay que enseñar a los hombres a no violar”. Por supuesto, como siempre que se habla de violaciones, hay mucha gente que se ofende. Hoy, en los comentarios de una web, un listo decía precisamente que es lo contrario: “no se enseña a los hombres a violar; todo el mundo sabe que violar está mal pero algunos no responden a la educación recibida”.
La primera parte de la frase es cierta: no se enseña a los hombres a violar. No hay escuelas de violación, ni se dan cursillos. La segunda ya empieza a ser discutible. Y la tercera, la que habla de la educación, es directamente falsa. Porque no se enseña a los hombres a violar, se enseñan cosas mucho más sutiles.
Se enseña que para ligar hay que insistir.
Que un “no” en realidad es un “sí”.
Que las violaciones y otras agresiones sexuales son culpa de cómo vestía o se comportó la víctima.
Que si la víctima tiene muchas relaciones es una guarra y se merece lo que le pase.
Que si no grita “no” y se defiende no es una violación.
Que tiene que aprender defensa personal, llevar un spray en el bolso, vigilar su bebida y escoger con especial cuidado su camino para volver a casa.
Que las violaciones las cometen personas que no controlan sus instintos.
Que las violaciones las cometen enfermos mentales.
Que las violaciones las cometen desconocidos.
Que las violaciones se cometen en callejones y descampados.
Que si te violan tienes que estar avergonzada, sentir culpa y no hablar.
Que la mujer debe pagar con sexo los favores propios de la amistad so pena de que el hombre se convierta en un pagafantas.
Que en una pareja las ganas de follar de ella deban sincronizarse con las de él.
Que hay que cuestionar todo lo que cuenta una mujer que ha sido violada, al contrario que otra que ha sufrido cualquier otro delito.
Y así un sinfín de cosas, de pequeños mensajes, de clavos en el ataúd de la libertad sexual. La culpa de las violaciones no es de que haya algunas ovejas negras que se aparten de la educación recibida: es que la educación recibida está funcionando perfectamente. Los violadores no son desviados ni psicópatas: son gente normal, de cualquier estrato social, con casa, trabajo y pareja.
La reforma del Código Penal de Gallardón propone que se castigue con cadena perpetua al que asesine a una persona que previamente ha violado. Con todo el debate que está habiendo sobre otros asuntos éste no ha trascendido, pero cuando lo haga seguro que calma las ansias de los más populistas. A mí me parece triste. Aumentar las penas no reducirá el índice de violaciones, porque toda nuestra cultura nos está gritando que no son para tanto, que son cosas de locos o animales y que alguna culpa tendrá la víctima. Sólo acabando con eso, desmontando la cultura de la violación, se detendrá esta lacra. Lo demás son brindis al sol.
Lo aprendimos en secreto
AVISO: hablo de las experiencias que suele tener una mujer occidental, heterosexual, criada en una familia sana, y que no fue víctima de abusos en su infancia, vamos, tu idea de una mujer normal. Es una visión incompleta pero es la que yo puedo conseguir. Si no quieres revivir experiencias traumáticas, aquí hay fotos de gatitos y aquí una web donde pedir ayuda.
En inglés, lo llaman “rape culture”, “la cultura de la violación”, y a veces se traduce como “la cultura de la violencia”. Es esa especie de niebla densa, de clima bochornoso, en el que vivimos. Se expresa de muchas maneras además de como violencia física real; por ejemplo, en lo que hoy os presento, el Manual de Instrucciones de la Cultura de la Violación. Son ideas, prejuicios, y normas, transmitidos a las mujeres. Los hay útiles, inútiles, y falsos. Ser mujer siempre incluye conocerlos todos, tanto si los crees y los aplicas como si no. No se puede escoger no saber. Es muy difícil comprobar cuáles son erróneos sin haber sido violada.
- En primer lugar, se adquiere una definición de violación teórica, sin ejemplos prácticos, por ejemplo a través de las noticias. En mi caso, la definición llegó cuando no tenía del todo claro cómo funcionaba el sexo en la práctica, así que debía tener más de ocho y menos de once años.
- Asociar el concepto teórico de violación con cosas reales que le ocurren a tu cuerpo o que ves en medios de comunicación. ¿Lo que veo en tal película es una violación? ¿Lo que me acaban de hacer es una violación?
- Adquisición de conductas de evitación. Las principales conductas de evitación son dos: no seas o parezcas sexualmente disponible, y no estés sola en lugares poco transitados.
No salgas sola. No bebas demasiado. Cierra la puerta con llave. No mires a los ojos. No vayas a ese barrio. No salgas de noche. No te pongas esa minifalda. No te fíes de esos tíos. No vivas sola. No invites a hombres a tu casa. No le des tu teléfono. No vayas andando por esa calle. No bajes la guardia. No sonrías. Lleva un spray antivioladores. No abras la puerta. No vayas a su casa. No llames la atención. (No te sientas segura)
4. Es posible, pero no necesario, que la fase más intensa de aprendizaje que conductas de evitación coincida con la pubertad. Simultaneas familiarizarte con las nuevas funciones y sensaciones de tu cuerpo con aprender a ocultarlo y protegerlo.
5. Doblepensar. Debes estar prevenida siempre, porque la prevención se basa en hábitos. Los hombres que conoces no son violadores. Simultanea tus relaciones sanas y fluidas con hombres (familia, amigos, amantes, compañeros de trabajo) con la idea, sostenida en todas partes, de que la violación es posible y aleatoria.
6. Algunos conceptos, a veces incoherentes, sobre cómo predecir quién es un violador en potencia. Lo más génerico es “varón, joven pero no mucho, a solas, no-blanco, pobre”.
7. Cómo mostrarte disponible sí-pero-no cuando un hombre te resulta atractivo. Aprendes las diferencias entre ponerte guapa e “ir de loba herida” (el término que se usaba en mis recreos). Aprendes qué es “dar pie” y “dar mucho o demasiado pie”.
8. Desarrollo de un Plan B anticonceptivo, al menos teórico, en caso de que seas violada y te quedes embarazada. Como mínimo, tienes una opinión para distinguir o no distinguir “qué es moralmente correcto hacer en caso de embarazo por accidente” y “qué es moralmente correcto hacer en caso de embarazo tras una violación”. Puede que tengas información sobre tus derechos legales en ese caso.
9. Qué hacer si crees que estás a punto de ser violada, para evitar serlo. Más doblepensar de mensajes contradictorios sobre el efecto del intento de violación en la víctima, a veces vista como un trauma equivalente a la violación misma.
10. Qué hacer si no vas a poder evitar ser violada. Cómo salir viva de ésta, o la idea de que no merece la pena salir viva de ésta.
11. Información sobre qué debes hacer tras ser violada, a quién y a dónde acudir.
12. Aprendizaje de quién tiene la culpa de que haya violaciones. Generalmente, las mujeres violadas.
13. El concepto de denuncias falsas, la idea de que una acusación falsa destruye a hombres inocentes, y la idea de que una violación es muy difícil de demostrar.Más doblepensar: él no lo hizo y la culpa fue de ella.
14. Más doblepensar: uso de palabrotas, chistes, y otros elementos culturales que equiparan la violación a la derrota o el fastidio. Pensar a la vez que la violación es Lo Peor Que Te Puede Pasar y algo parecido a suspender en un examen. Es imprescindible una desconexión mental y emocional entre los dos conceptos.
15. Transmisión de estos conocimientos a la siguiente generación, a ser posible en secreto.
Creado con ideas y colaboración de mi marido, @undivaga, @potipotiinlove, y @hablaqueescucho. Beta-readers: @ardeluxe y @pnique. Gracias.